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En la pintoresca comunidad de Chichimecas, ubicada en el municipio de San Salvador, Don Sebastián Francisco, un respetado agricultor, ha tomado una decisión arriesgada. En un pequeño cuartillo de tierra, ha sembrado maíz, desafiando las adversidades del Valle del Mezquital.
Cada mañana, antes de que el sol caliente con fuerza, Don Sebastián se encamina hacia su huerto armado con su azadón y pala. Su objetivo es desyerbar meticulosamente cada surco de su maizal, alimentando la esperanza de que las tan necesitadas lluvias lleguen a tiempo.
La Comisión Nacional del Agua (Conagua) ha lanzado una advertencia clara: los canales de riego se quedarán secos. Sin embargo, para Don Sebastián y algunos otros valientes campesinos, la esperanza persiste. A pesar del riesgo, han decidido apostar por el maíz, cuidando cada planta con esmero en la esperanza de una intervención divina en forma de lluvia.
Con ingenio y determinación, Don Sebastián ha erigido un espantapájaros rudimentario para proteger su cultivo de aves y otros intrusos. Hecho con harapos viejos, el espantapájaros se yergue junto al maizal, vestido con pantalones azules y una camisa a cuadros gris. Sus brazos extendidos dan la impresión de estar listo para ahuyentar a cualquier amenaza.
A pesar de los desafíos, Don Sebastián continúa su labor con firmeza. A sus más de sesenta años, sus manos están marcadas por el trabajo duro, pero su espíritu sigue siendo indomable. Sueña con cosechar suficiente maíz para sus tortillas y tamales, así como para alimentar a sus chivos y borregos con hojas y zacate frescos.
