Los grupos criminales en México, como el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), han evolucionado en el uso de sus vehículos blindados, dejando atrás los narcotanques de construcción artesanal. Según InSight Crime, estos vehículos han sido transformados en sofisticadas máquinas de combate, adaptadas a las nuevas necesidades de los enfrentamientos por el control del territorio.
El uso de narcotanques no es nuevo. Los primeros en implementarlos fueron Los Zetas en la década de 2010, cuando estos desertores del ejército mexicano, al servicio del Cártel del Golfo, comenzaron a emplear vehículos blindados con placas de hierro. Sin embargo, lo que comenzó como una protección rudimentaria ha evolucionado a una estrategia más táctica y moderna para los cárteles actuales.
El CJNG ha añadido características tecnológicas avanzadas a sus narcotanques. Estos vehículos ahora cuentan con inhibidores de señales para drones, sistemas de ponchallantas, torretas para armas de gran calibre y cámaras de circuito cerrado que permiten una visión de 360 grados. Además, tienen la capacidad de transportar hasta 10 sicarios, lo que los convierte en una herramienta clave para sus operaciones.
Alexei Chévez Silveti, analista de seguridad en México, explica que también ha surgido una nueva variante de estos vehículos, más ligera y móvil. Aunque estos “monstruos” ofrecen menos blindaje, buscan impresionar a los rivales más que proporcionar ventajas tácticas significativas. Se han convertido en un símbolo de estatus dentro del mundo del crimen organizado, aunque su resistencia ante el ejército mexicano sigue siendo limitada.
El equipamiento de estos vehículos, según Chévez, incluye materiales importados ilegalmente de Estados Unidos, como las placas de acero balístico, mientras que los cristales blindados son más difíciles de obtener debido a las regulaciones impuestas por la Secretaría de la Defensa Nacional. Estos factores elevan el costo de un narcotanque, que puede llegar hasta los 2 millones de pesos, o aproximadamente 100 mil dólares.
El robo de vehículos para su posterior modificación ha sido una táctica recurrente, como se ha visto en Culiacán. Grupos como la Mayiza y los Chapitos se apropian de automóviles para convertirlos en vehículos de combate, manteniendo así su capacidad operativa y su imagen de poder dentro del crimen organizado.