¿Sabías que un desastre volcánico en Camerún hace casi 40 años llevó a los científicos a pensar en formas de “controlar” las erupciones? Pues sí, en 1986, un lago volcánico en ese país liberó una nube de gas mortal que bajó por las colinas y asfixió a más de 1,700 personas y 3,000 animales. 😱
Esto fue lo que se conoce como una erupción “límnica”, que no es otra cosa que la liberación de gas CO2 acumulado en el fondo del lago. Ante esta tragedia, un grupo de científicos comenzó a estudiar cómo evitar que algo similar volviera a ocurrir. En cuestión de pocos años, lograron implementar un sistema para extraer el gas usando una simple manguera de jardín (¡sí, tal cual!) y luego con tuberías más grandes. Aunque el proceso no estuvo exento de riesgos, funcionó y desde entonces el CO2 se ha mantenido bajo control.
Este es solo uno de los ejemplos de lo que algunos llaman “geoingeniería volcánica”, una forma de manipular los volcanes para prevenir catástrofes. Aunque, claro, no siempre se ha tenido éxito con este tipo de medidas.
Un siglo de intentos y errores.
Desde que los científicos comenzaron a estudiar volcanes, las tentativas de controlar erupciones han sido muchas. En Islandia, por ejemplo, desde diciembre de 2023, se intentó desviar los flujos de lava con montones de roca en la península de Reykjanes. Pero ya en los años 70, se había intentado enfriar erupciones con agua de mar en el volcán Heimaey. En Hawái, también se probó lanzar bombas con la esperanza de calmar las erupciones (pero sin éxito, claro). 😅
Y aunque algunos métodos suenan a ciencia ficción, como perforar las cámaras de magma para que los volcanes “liberen presión” de forma controlada, o incluso manejar las emisiones de azufre, todas estas ideas tienen sus riesgos y plantean dilemas éticos que dan mucho que pensar.
¿Deberíamos intervenir?
La gran pregunta, como argumenta el vulcanólogo Michael Cassidy de la Universidad de Birmingham, no es si podemos manipular los volcanes, sino si deberíamos hacerlo. Y es que los volcanes son impredecibles: aunque un siglo de estudios nos ha dado algunos éxitos, los fracasos también han sido costosos. ¿Recuerdas el desastre del monte Kelud en Indonesia, en 1919? Los ingenieros perforaron el volcán para drenar el agua y evitar una erupción masiva, pero los resultados no fueron tan buenos en la siguiente erupción de 1951. Aunque el volumen del lago se redujo, el riesgo siguió latente y la perforación hizo que el lago se volviera aún más profundo, con consecuencias fatales años después.
Los científicos aún son muy cautelosos cuando se trata de intervenir en los volcanes. “No somos intervencionistas”, dicen, porque los riesgos son altísimos. Y aunque en otros desastres naturales, como los incendios forestales o las inundaciones, se toman medidas más directas, la geoingeniería volcánica sigue siendo un tema tabú en el mundo científico. Como explica Cassidy, “es mejor no hacer nada si no se tiene certeza”.
Geoingeniería: ¿un mal necesario?
A pesar de los riesgos, muchos volcanólogos, como Cassidy, creen que la geoingeniería podría salvar vidas si se hace correctamente. Por ejemplo, el volcán Campi Flegrei en Italia, bajo el suelo de Nápoles, ha mostrado señales de actividad en los últimos años. Y si llegara a estallar, las consecuencias podrían ser devastadoras. Sin embargo, no todas las erupciones son tan fáciles de controlar. En Islandia, por ejemplo, la erupción de Reykjanes de diciembre de 2023 fue demasiado grande para que la geoingeniería actual pudiera frenarla. Las autoridades intentaron desviar la lava con montículos de roca, pero no fue suficiente.
Más allá de lo local: ¿impactos globales?
Algunas erupciones no solo afectan a las comunidades cercanas. Por ejemplo, la erupción del Eyjafjallajökull en Islandia en 2010 paralizó el tráfico aéreo europeo durante días, costando miles de millones de dólares. Y si consideramos erupciones de mayor escala, como las de los supervolcanes, los efectos podrían ser catastróficos a nivel global: enfriamiento del clima, pérdida de cultivos, colapso de las cadenas de suministro. ¡Un verdadero desastre para toda la humanidad!
Por eso, algunos científicos como Cassidy y sus colegas han comenzado a explorar las posibilidades de geoingeniería más allá de los volcanes cercanos. ¿Qué tal si se pudiera controlar la atmósfera para reducir los efectos de las emisiones volcánicas? ¿O incluso regular la liberación de CO2 de los volcanes para prevenir catástrofes globales?
Los dilemas éticos de la geoingeniería volcánica.
Claro, la geoingeniería volcánica plantea muchas preguntas filosóficas. Como señalaron Cassidy y sus colegas, hay dilemas éticos que no podemos ignorar: ¿es moral arriesgar la vida de unas pocas personas para salvar a millones? O incluso, ¿quién decide si vale la pena intervenir en un volcán, sabiendo que las consecuencias podrían ser impredecibles?
La historia del lago Nyos en Camerún nos demuestra que, a veces, una intervención bien pensada puede salvar vidas, pero también nos recuerda que no todas las soluciones son simples. La geoingeniería volcánica no es la respuesta definitiva, pero en ciertos casos podría ser una opción a considerar.