En muchas partes del mundo, tener solo un apellido es lo más común, pero en el mundo hispanohablante es todo lo contrario. Aquí, en México es casi obligatorio tener dos apellidos: uno de nuestro papá y otro de nuestra mamá. ¿Te suena raro? Pues no estás solo. Cuando los hispanos viajamos a países como Estados Unidos o Francia, nos damos cuenta de que este sistema nos puede traer más de un dolor de cabeza. 😅
Imagina que vives en un lugar donde solo te conocen por un apellido, y te topas con un montón de confusión administrativa: apellidos perdidos, otros que se convierten en segundos nombres o se terminan combinando con un guion. ¡Todo un lío!
Pero, ¿por qué tenemos dos apellidos? La respuesta está en la historia. Este sistema de doble apellido tiene raíces profundas que se remontan a siglos atrás, mucho antes de que existieran los registros civiles en el siglo XIX. Según el genealogista Antonio Alfaro de Prado, presidente de la Asociación Hispagen, este sistema tiene como objetivo poner en valor la herencia materna, algo que ha sido muy útil para las administraciones a lo largo de los años. Esto permite hacer un control confiable de la población y evitar que se den confusiones con otros apellidos comunes, como Rodríguez, Martínez o López.
Un ejemplo de la flexibilidad de este sistema se ve en la antigua nobleza. El Marqués de Santillana, Íñigo López de Mendoza y de la Vega (1398-1458), tuvo 10 hijos, y cada uno eligió el apellido que más le gustaba, de manera totalmente libre. Algunos se quedaron con Mendoza y otros tomaron Figueroa. ¡Casi como un buffet de apellidos!
Pero la tradición no siempre fue tan clara. En muchos casos, el apellido no era algo fijo y dependía de la decisión familiar. A veces se usaba el apellido del padre, otras veces el de la madre, o incluso el de algún abuelo, dependiendo del contexto y de lo que se consideraba más relevante en cada familia.
Si retrocedemos más, los apellidos eran como un apodo. En pueblos y barrios, era común conocer a las personas por ser los hijos de alguien: “Juanito el de Mercedes” o “Sofía la de Paquita”. Esos apellidos a menudo venían de profesiones (como el zapatero o el herrero) o de lugares de origen, como Andújar o Toledo.
La Iglesia Católica, tras el Concilio de Trento en el siglo XVI, empezó a registrar bautizos, matrimonios y defunciones. Estos registros fueron la base de lo que hoy conocemos como registros civiles, los cuales pasaron a estar bajo el control del Estado en lugar de la Iglesia, sobre todo para fines como la fiscalización y el control de impuestos o reclutamientos militares.
Pero ¿y en América Latina? Aunque la independencia de la mayoría de los países latinoamericanos ocurrió antes de los registros civiles, muchos de estos países adoptaron el sistema español para mantener la identidad y el control. En algunos lugares, como Argentina, los padres pueden elegir si poner uno o dos apellidos a sus hijos debido a la gran diversidad de apellidos que llegó con la inmigración europea.
En resumen, tener dos apellidos no es solo una costumbre antigua, sino también una forma de reconocer nuestra identidad y de organizar a la población. Hoy en día, se está valorando más que nunca que las mujeres mantengan su apellido materno, algo que hasta hace poco estaba en segundo plano. ¡Toda una revolución! 💪