“Aquí, los primeros dos días no vimos a nadie que viniera a ayudar. ¡Nadie! Sé que esto no se resuelve en un par de días, pero necesitamos apoyo”, comenta Aroa García, una de las afectadas en el municipio de Alfafar, cercano a Valencia, donde el agua alcanzó hasta los tres metros en la casa de su madre.
Frente a la vivienda, que lleva el nombre “Villa Por Fin”, el fango y los escombros son ahora parte del paisaje. Muebles destrozados, electrodomésticos irreconocibles y objetos llenos de barro se amontonan frente a la puerta. La madre de Aroa, aún aturdida por la tragedia, permanece en la terraza del tejado, acompañada por su perrito, incapaz de bajar después de refugiarse allí cuando el agua arrasó el vecindario.
Mientras vecinos y voluntarios intentan limpiar y recuperar lo poco que queda, Aroa expresa una mezcla de rabia y tristeza: “Esta casa es fruto de mucho trabajo, por fin lo habíamos logrado, y en una noche se fue todo”. A pesar de la devastación, la solidaridad se ha hecho sentir, pues cientos de voluntarios han llegado para ayudar, aunque la falta de apoyo profesional sigue siendo un problema grave.
El lema “Solo el pueblo salva al pueblo” ha tomado fuerza en redes sociales y en las calles de Valencia, especialmente en localidades como Benetúser y Alfafar, donde las riadas han dejado un saldo de al menos 214 muertos y cientos de desaparecidos. En la localidad, el paisaje es desolador: calles bloqueadas por vehículos amontonados, árboles caídos, muebles y escombros de todos los hogares que se vieron afectados.
“La ayuda oficial ha tardado mucho en llegar,” dice Salvador Orts, quien llegó desde Denia junto a sus amigos, cargados de alimentos y ropa para distribuir entre los afectados. En una esquina, la Unidad Militar de Emergencias (UME) trabaja en el estacionamiento de un supermercado, donde aún no saben cuántos autos están sumergidos o si podría haber víctimas dentro.
En los días siguientes, casos como el de una mujer rescatada después de tres días atrapada en su coche junto al cadáver de su cuñada muestran el nivel de desolación en la región. “Sin la ayuda de los voluntarios, estaríamos perdidos,” señala Zineb Habuul, otra residente de Alfafar, mientras limpia lo poco que queda en su casa.
Otros testimonios muestran que la solidaridad entre vecinos ha sido clave. Juan José Loaiza y Anna Filimonova, una pareja que acababa de mudarse el día antes de la tragedia, vieron su hogar arrasado en cuestión de horas. Aún así, se mantienen optimistas y agradecidos por la ayuda que han recibido de la comunidad.
En la avenida Real de Madrid, María Pons y Joana Pérez observan cómo retiran los escombros de una carnicería cercana. La devastación es evidente, y una línea de barro en la pared marca hasta dónde llegó el agua. “No conozco a nadie de los que me están ayudando,” comenta Roberto Ballester, un artesano de tambores, cuya tienda también fue destruida, mientras la iglesia local aporta voluntarios para la limpieza.
El ambiente de solidaridad y resiliencia inunda cada rincón de Valencia, donde cientos de personas luchan por recuperarse. Carolina Benavent, propietaria de un estudio de fotografía, sonríe mientras almuerza junto a sus vecinos. “La resiliencia es fundamental en el ser humano,” dice señalando la línea negra que quedó en las paredes, una línea que, según ella, marca hasta dónde llega el agua y, de ahora en adelante, hasta dónde debe llegar la esperanza.