El invierno ha llegado a Delhi, y con él, ese ambiente pesado que todos conocemos muy bien. El cielo está cubierto de una niebla espesa, densa, casi tangible. El aire parece tener sabor a ceniza y, si intentas salir a caminar o correr, en pocos minutos ya te quedas sin aliento.
Las palabras “tóxico”, “peligroso” y “venenoso” han vuelto a ocupar los titulares de los periódicos.
La situación es tan grave que las escuelas han cerrado sus puertas, y las autoridades han instado a la gente a quedarse en casa. Pero claro, aquellos que dependen de trabajos al aire libre no tienen el lujo de quedarse en casa.
El índice de calidad del aire de Delhi esta semana llegó a niveles astronómicos, entre 1.200 y 1.500. Para que te hagas una idea, el límite saludable es de 100.
Estas cifras reflejan la cantidad de partículas finas (PM 2,5 y PM 10) en el aire, que son lo suficientemente pequeñas para meterse en los pulmones y causar un sinfín de problemas de salud.
Las redes sociales están llenas de frustración y preocupación, con usuarios cuestionándose cómo es posible que estemos viviendo la misma pesadilla cada año.
¿El resultado? Más de lo mismo. Los parques están vacíos, los niños y ancianos se quedan en casa, y los trabajadores como los de la construcción o los conductores de rickshaws siguen saliendo, aunque tosen a cada paso.
Los hospitales están viendo un aumento en los casos de problemas respiratorios, y todo el mundo se pregunta: ¿por qué nada cambia?
Para resolver este desastre, se necesita algo más que medidas temporales. Se requieren esfuerzos gigantescos y, sobre todo, coordinación. Y aquí está el principal problema: las soluciones que se intentan implementar nunca parecen ser suficientes.
Una de las principales causas de la contaminación es la quema de restos de cosechas por parte de los agricultores, sobre todo en los estados cercanos a Delhi como Punjab y Uttar Pradesh. Cada invierno, el humo de estos incendios se apodera de la ciudad, agravando la situación.
Aunque se han propuesto medidas como darles a los agricultores equipos y subsidios para que dejen de quemar los campos, la realidad es que casi nada ha cambiado.
A esto se le suma la contaminación local, con las emisiones de los vehículos, las fábricas y las obras de construcción contribuyendo al desastre. Y el ciclo se repite: cada año, hay denuncias, promesas políticas y críticas, pero al final, todo sigue igual.
Lo peor es que esta crisis de salud pública no genera protestas masivas como en otras democracias. La razón: la contaminación mata lentamente. No es algo inmediato, pero está claro que el daño está ahí. Un estudio reciente señaló que en 2019 la contaminación fue responsable de más de 2,3 millones de muertes prematuras en India.
Además, hay una clara división de clases. Los que pueden darse el lujo de abandonar la ciudad lo hacen, otros compran purificadores de aire, y los que no tienen opciones, simplemente se resignan y siguen con su vida.
Este año, se anunciaron algunas medidas como la prohibición de nuevas construcciones, pero ¿será suficiente para recuperar el aire limpio de antes? La respuesta parece ser la misma de siempre: no.