Bajo el cielo despejado de Río de Janeiro, con el icónico Pan de Azúcar de fondo, los líderes del G20 se reunieron para la tradicional foto oficial. Sin embargo, lo que debía ser un momento solemne de unidad se convirtió en un caos cuando el presidente estadounidense, Joe Biden, junto con el primer ministro canadiense Justin Trudeau y la primera ministra italiana Giorgia Meloni, no aparecieron para la toma.

Mientras el presidente brasileño, Lula da Silva, posaba junto a otros líderes mundiales, quedó claro que las ausencias no eran parte de un plan premeditado. En lugar de protestas o manifestaciones políticas, la explicación detrás de la falta de Biden y otros líderes parece estar relacionada con una gestión deficiente. Un funcionario estadounidense indicó que el evento se llevó a cabo antes de lo previsto, calificando la situación como un simple error logístico.
No obstante, los organizadores brasileños no compartieron esa versión y señalaron que los líderes llegaron tarde. Incluso han considerado convocar a una nueva sesión de fotos, algo inusual en la historia del G20. Este incidente refleja las crecientes dificultades para lograr un consenso entre los principales actores mundiales, justo cuando la cumbre busca proyectar una imagen de cohesión.
El simbolismo de la situación es innegable. La falta de unidad visible entre los líderes subraya las tensiones que se han intensificado con la inminente salida de Biden de la Casa Blanca y la llegada de Donald Trump, quien ha expresado escepticismo sobre el apoyo de Estados Unidos a Ucrania. Mientras tanto, otros líderes occidentales, como Emmanuel Macron, enfrentan problemas políticos internos que han debilitado su posición.
Por otro lado, esta ausencia de liderazgo permitió a figuras como Xi Jinping de China ocupar el centro del escenario. Lula de Brasil se ubicó entre Modi de India y Ramaphosa de Sudáfrica, en una muestra de los lazos fortalecidos con las economías emergentes. En contraste, el primer ministro británico, Keir Starmer, se vio en solitario, habiendo irritado a Xi con comentarios sobre derechos humanos y Taiwán, evidenciando la frialdad en sus interacciones.
El evento también trajo a la luz la evolución en las dinámicas diplomáticas globales. Un gesto breve pero significativo fue el apretón de manos de Macron con Sergei Lavrov, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, a quien hace poco se evitaba abiertamente en cumbres internacionales. Esta escena, junto con la disminución del fervor por la causa de Volodímir Zelenski, muestra un Occidente más dividido y un Sur Global que empieza a marcar su propio rumbo.
Lula intentó enmascarar las diferencias diplomáticas con una foto inclusiva, pero el resultado fue un cuadro donde Xi, sonriente y bien ubicado, contrastaba con la ausencia de Meloni y Trudeau. El esfuerzo por mostrar una diplomacia unificada no hizo más que destacar las fisuras, dejando a los observadores con una visión más clara de las complejidades actuales en las relaciones internacionales.