La dramática vida de los #Hibakusha: sobrevivientes de #Hiroshima y #Nagasaki que vivieron con miedo, culpa y ganaron el #PremioNobel de la Paz.

Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki no solo borraron vidas en un instante, sino que dejaron a los sobrevivientes enfrentando un dolor profundo que perdura hasta hoy. Conocidos como hibakusha, estos sobrevivientes han vivido años marcados por heridas físicas y emocionales, enfermedades, miedo, culpa y discriminación.

Recientemente, la organización Nihon Hidankyo, que representa a los hibakusha y a sus familias, fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz, un reconocimiento a su lucha por la paz y la abolición de armas nucleares. Este movimiento aboga por los 174.080 sobrevivientes que residen en Japón y otras partes del mundo, quienes continúan lidiando con las secuelas de los bombardeos del 6 y 9 de agosto de 1945.

Aunque no hay cifras definitivas sobre el número de muertos, se estima que alrededor de 110.000 personas murieron en Hiroshima y Nagasaki en los cinco meses posteriores a las explosiones. Otros estudios sugieren que la cifra total podría haber superado las 210.000 víctimas hacia finales de 1945.

El mundo ha escuchado las desgarradoras historias de los hibakusha, que en japonés significa “persona afectada por la bomba atómica”. Sus relatos reflejan no solo el horror de la experiencia, sino también el trauma que todavía llevan dentro. Muchos hibakusha se convierten en narradores sociales, pero muchos no pueden compartir su historia más íntima, ni siquiera con sus seres queridos.

Una lucha constante.

Se estima que hoy viven unos 140.000 hibakusha, la mayoría de ellos con alrededor de 80 años. La vida de estos sobrevivientes ha sido una continua batalla por sobrellevar los efectos de la bomba y, a la vez, tratar de encontrar un sentido de normalidad.

Los sobrevivientes sufrieron quemaduras y heridas devastadoras, y aquellos que estaban expuestos a la radiación, aunque parecían ilesos, enfrentaron problemas de salud graves como pérdida de cabello, sangrado y diarrea. A largo plazo, la radiación aumentó la incidencia de enfermedades como el cáncer y la leucemia. “Aún siento miedo de que las consecuencias de la radiación aparezcan en cualquier momento”, confiesa Yasuaki Yamashita, un sobreviviente de Nagasaki que ahora vive en México.

El miedo a los efectos de la radiación ha llevado a muchos hibakusha a vivir en constante estrés, ansiedad e incertidumbre. “Lo que no se ve, lo invisible de la radiación, genera una gran inestabilidad”, explica Hibiki Yamaguchi, investigador del Centro para la Abolición de Armas Nucleares de la Universidad de Nagasaki. Este miedo ha dejado huellas profundas en su salud emocional, marcando sus vidas de maneras inimaginables.

Por ejemplo, algunos hibakusha no pueden comer ciertos alimentos porque les traen recuerdos traumáticos. “Algunos no pueden comer pescado seco por el olor a cuerpos quemados”, dice Luli van der Does, profesora en el Centro para la Paz de la Universidad de Hiroshima.

El estigma de la discriminación.

La combinación de heridas físicas, miedo a la contaminación por radiación y traumas psicológicos ha llevado a muchos a ser discriminados. La estigmatización era tal que muchos hibakusha ocultaron su condición, incluso usando ropa de manga larga para esconder cicatrices.

Yasuaki Yamashita recuerda su lucha por encontrar trabajo: “La gente pensaba que era un flojo porque no podía mantener un empleo, pero la realidad era que no podía trabajar debido a mi salud”.

La discriminación fue especialmente dura para las mujeres, para quienes el matrimonio era esencial. Setsuko Thurlow, sobreviviente de Hiroshima, comparte que las cicatrices de la bomba llevaron a muchas a perder la esperanza de casarse. Además, Keiko Ogura narra que de niña, le enseñaron a no hablar sobre su experiencia: “Si mencionábamos la bomba, nos podrían rechazar como parejas”.

La discriminación también se vivió entre los propios hibakusha, creando una comunidad dividida por el miedo y la competencia por recursos y apoyo.

El peso de la culpa.

El sentimiento de culpa ha sido una carga pesada para muchos hibakusha. Muchos se sienten culpables por haber sobrevivido cuando otros no lo hicieron, o por no haber podido ayudar a quienes pedían auxilio tras la explosión. Keiko Ogura, quien fue testigo de la muerte de amigos y familiares, expresa su sufrimiento: “Sentí que al darles agua, yo había contribuido a sus muertes”.

La dificultad de hablar sobre su experiencia ha afectado la vida de muchos, perpetuando un ciclo de dolor y silencio. Según la psicóloga Yuka Kamite, este sufrimiento y la lucha por la dignidad son parte integral de la vida de los hibakusha, quienes, a pesar de todo, continúan abogando por un mundo libre de armas nucleares.

La historia de los hibakusha es un recordatorio del costo humano de la guerra y la importancia de la paz, un mensaje que resuena hoy más que nunca.

Autor Itzel G. Bandala

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