Tijuana, que por años fue la puerta principal para miles que buscaban cruzar legal o ilegalmente hacia el sur de California, hoy se muestra casi vacía. Sus parques ya no están llenos de migrantes durmiendo, y los albergues, antes abarrotados de familias, ahora están más tranquilos. Las calles donde antes se formaban largas filas para citas de asilo están desiertas, y en la frontera, donde algunos intentaban escalar el muro, solo se escucha el ruido de la construcción cercana.

“Aquí ya no llega nadie, todo mundo se fue”, cuenta Lenis Mojica, una migrante venezolana de 49 años que lleva viviendo en un albergue desde enero. Ella llegó a Tijuana tras una dura travesía por el tapón del Darién junto con su esposo y su madre, con la esperanza de reunirse con sus hijos en Estados Unidos. Sin embargo, su cita de asilo fue cancelada justo el día que Trump tomó posesión.
Las autoridades estadounidenses celebran este descenso. La secretaria del Departamento de Seguridad Nacional, Kristi Noem, afirmó en abril que el mensaje está claro: “No vengan a este país ilegalmente.” Pero a pesar de esta baja en cruces, el presidente Trump sigue hablando de una “emergencia” y desplegó a la Guardia Nacional para controlar protestas en California, asegurando que quiere “liberar a Los Ángeles de la invasión de migrantes.”
Desde el lado mexicano, la realidad es otra. En Tijuana, ciudad con más de dos millones de habitantes, tanto vecinos como migrantes aseguran que no hay indicios de un aumento repentino de personas tratando de cruzar.
“No hay migrantes,” confirma José María García, fundador de un albergue cercano a la frontera. “La situación está muy calmada.”

De hecho, desde que Biden llegó a la presidencia y México empezó a endurecer controles, el flujo migratorio fue disminuyendo, y Trump puso la cereza al pastel al eliminar la aplicación para agendar citas de asilo. En abril, las detenciones fronterizas en Estados Unidos cayeron a poco más de 8,300, un número mucho menor comparado con los picos de casi 250,000 detenidos en diciembre de 2023.
Johanna Ayada, encargada del albergue Embajadores de Jesús, cuenta que entre 2022 y 2024 llegaron a tener 2,500 migrantes, con gente hasta durmiendo en el suelo de la iglesia. Ahora, solo quedan cerca de 700, la mayoría mexicanos desplazados por violencia en sus estados.
Por su parte, el albergue Movimiento Juventud 2000 solo aloja a 50 migrantes, aunque tiene capacidad para 200.

Historias como la de Blanca Isabel Romero García, quien huyó con su familia de Morelos tras un ataque de un cártel, reflejan la realidad de quienes buscan refugio, pero también la incertidumbre de no poder cruzar. Tras siete meses en el refugio, encontraron trabajo y un lugar donde vivir, y aunque por ahora se quedan, sueñan con la posibilidad de irse a Estados Unidos cuando cambien las cosas.
En resumen, Tijuana ya no es esa ciudad llena de movimiento migrante que solía ser. La calma se ha instalado, y aunque el gobierno de Estados Unidos hable de crisis, aquí la historia es otra: los cruces fronterizos han bajado considerablemente y la frontera está más tranquila que nunca.